Se habla del “Valor de la Palabra” cuando asumimos un compromiso, cuando la damos como demostración de sinceridad o de que nuestra intención es verdadera.
Sin embargo a menudo no nos damos cuenta del valor que tienen nuestras palabras en nuestro entorno,  de cómo influyen en él, de cómo lo pueden transformar tanto positiva como negativamente.
Si llenamos nuestro lenguaje de palabras tóxicas y solo expresamos quejas o críticas sobre el otro o lo que nos rodea, creamos una nube negra que se asienta sobre nosotros como un humo nocivo que modifica nuestro entorno y en muchos casos lo hace irrespirable.
Cuando nos dirigimos a los demás o a nosotros mismos con frases como “Odio los lunes”; “Este cliente (o compañero, o conocido) es estúpido”; “Este niño no vale para las matemáticas” o “Ese pantalón te hace las piernas cortas”, estamos plantando una semilla que con total certeza va a dar un pobre fruto y puede no solo arruinar el día a alguien (o a nosotros mismos) sino, en muchos casos, influenciar en mayor o menor medida el resto de una vida.
Muchas veces nos hemos preguntado por qué algunas personas no tienen nunca un comentario amable hacia los demás, por qué nunca son capaces de expresar nada que no sean quejas o frases negativas….Y de alguna manera, todos acabamos alejándonos para que ese tipo de personas no contamine nuestro espacio.
De la misma manera, las palabras, los comentarios positivos y las opiniones constructivas, hacen que nuestro entorno sea, emocionalmente hablando, más ecológico, ya que lo enriquecen, lo refuerzan y lo hacen más sostenible.
El lenguaje es muy poderoso y deberíamos ser siempre conscientes del valor de nuestras palabras. Sopesarlas, cuidarlas y entender cómo algo en apariencia tan pequeño, puede ser tan tremendamente poderoso. Para bien y para mal….
Belén Goyache País
Colaboradora Educacoach