¿Alguna vez has situado tus pensamientos en lo que tienes que hacer posteriormente, sin prestar atención a lo que estás haciendo en el momento actual?. ¿Con cuánta reiteración respondes de acuerdo a tus proyecciones mentales futuras, sin escuchar realmente lo que alguien te está diciendo?, ¿Cuántas veces oyes, o dices, algo parecido a “estaba pensando en otra cosa”?. ¿Sientes frecuentemente la necesidad de detener el ajetreado ritmo de tu vida y buscar momentos de soledad y serenidad para poder dialogar contigo
mismo, haciéndote preguntas acerca de ti, de tu vida y tus proyectos, de tu presente y futuro, de tus realidades y ficciones, de tus creencias y valores?.
Para poder responder a estas preguntas, y a otras muchas que podemos plantearnos, y preguntarnos de paso qué nos ha pasado y qué nos está pasando, es bastante probable que necesitemos tomar conciencia y consciencia de todo lo que hemos ido apartando y dejando por el camino de nuestra propia vida, simplemente porque considerábamos que las prioridades eran otras. Y en la elaboración
de respuestas tendremos que echar mano de nuestras creencias y de eso que solemos llamar nuestra escala de valores, a fin de tomar consciencia así mismo acerca de lo que pensamos y sentimos sobre los grandes temas de la vida: la familia, el amor, el trabajo, la sociedad, las enfermedades, la muerte, el presente y el futuro….
Puede ocurrir incluso que no nos demos cuenta de que en realidad nos estamos moviendo en torno a la gran respuesta, la que puede permitirnos reconocer y seguir el rumbo correcto de nuestra propia existencia, la que responde a la gran pregunta acerca del sentido de la propia vida.
Curiosamente la mayoría de estos interrogantes suelen surgir como consecuencia de eso que solemos calificar como crisis: familiares, personales, de trabajo, de seguridad económica, de salud, de fracasos afectivos, … Cabe preguntarse por las causas por las que acostumbramos a esperar a que nos ocurra algo que calificamos como negativo para plantearnos determinadas e importantes preguntas acerca de nosotros
mismos. ¿No resultaría más productivo partir de situaciones positivas y que en mayor o menos medida nos proporcionen felicidad, serenidad y estabilidad?. Otra buena pregunta, aunque en este caso de fácil respuesta. El poder averiguar el sentido de la propia vida, interrogándonos acerca de ello, constituye una de las características esenciales de los seres humanos. Organizamos nuestra existencia conforme a nuestras
intenciones y proyectos, a nuestros actos y decisiones, y el hecho de encontrarle sentido resulta ser sumamente importante para lograr que la propia vida sea satisfactoria en todos los aspectos. El vivir la vida sin sentido hace que cualquier acción carezca de verdadero significado, obteniendo poca o nula satisfacción por ello. El pasado será como una pesada carga que arrastramos, veremos el presente siempre lleno de
problemas y el incierto futuro lleno de amenazas.
La propia vida nos presenta multitud de interrogantes, a los que normalmente solemos responder de forma incompleta y parcial, pero las reflexiones frecuentes acerca de la misma pueden permitir el que la gran cantidad de preocupaciones e inquietudes, afanes y aspiraciones de la vida diaria, no hagan que nuestra atención se desvíe de lo realmente valioso. Las reflexiones acerca de la propia vida, la búsqueda del sentido,
facilitará el poder alejarse de la visión superficial de las cosas, proporcionándonos la hoja de ruta para recorrer nuestro propio camino. Y a cada cual nos toca encontrar nuestras propias respuestas, descubriendo nuestras propias realidades y verdades, puesto que lo que resulte verdadero, útil y significativo para unos, puede perfectamente y con bastante frecuencia no serlo para otros.
Todos los seres humanos necesitamos encontrar sentido a nuestras vidas, a fin de poder saber porqué y para qué estamos donde estamos. Y para ello, e independientemente de cual sea el punto de partida, la creación de un plan de vida es algo esencial. Una vez establecidos dicho plan y el propósito de
seguirlo, a modo de itinerario y argumento para la propia vida, todos nuestros proyectos y actividades tenderán, cada vez en mayor medida y con mayor claridad, a emerger y ser plenamente coherentes con él, consiguiendo con ello dotar de pleno sentido a nuestros actos y consiguiendo así mismo tomar consciencia de las propias capacidades para poder crear a voluntad nuestra propia realidad, que siempre será
nuestra y de nadie más. La vida será así algo mucho más rico y productivo que una simple sucesión de días sin dirección ni sentido. La búsqueda del sentido de la propia vida implica forzosamente la plena implicación
con uno mismo, el esfuerzo para conocernos a nosotros mismos, proponiéndonos proyectos y metas en línea con una escala de valores congruente, dotando de significados y llenando de contenidos a la propia existencia. Toda una fascinante y apasionante aventura.
La mayoría de las personas procuramos vivir conforme a lo que solemos llamar nuestros principios, aunque con bastante frecuencia oscilen de forma bastante difusa y confusa entre nuestros valores, básicos, inmutables y compartidos, y nuestras creencias, personales y subjetivas. Y cuanto más difusos y confusos sean, mayores son las probabilidades de que frecuentemente estemos a merced de los propios estados de
ánimo, recurriendo a acuerdos meramente transitorios para las crisis que se nos presentan en nuestras vidas, y buscando la evasión mediante gratificaciones puntuales y fugaces que nos hagan olvidar, aunque sólo temporalmente, aquello que no va bien. Pero sólo temporalmente, puesto que cada vez que se incremente la tensión en nuestras vidas, no importa la causa ni el motivo, todo aquello que no funciona, y que parece que
tenemos oculto, emerge con fuerza, motivando actitudes y comportamientos malhumorados, hipercríticos, pesimistas, irascibles, agresivos, depresivos y ensimismados. La levedad y difusión de nuestros valores y principios, así como la confusión entre valores y creencias, acaban por llevarnos hacia una vida centrada en
demasía en lo material y placentero, en el egoísmo y la comodidad. En suma hacia formas de autoengaño que eluden la verdad, nuestra mejor y más sabia amiga, y que nos conducen en la dirección del daño y el dolor, hacia nosotros mismos y hacia los demás.
En la búsqueda del sentido de la vida son muchas los cosas que podemos hacer. Y quizás la más importante de ellas es la educación de las emociones y sentimientos, considerándolos no como sentimentalismos vaporosos, blandengues e incontrolados, sino como verdaderas y poderosas realidades humanas que siempre nos acompañan y que es preciso conocer, educar y practicar, puesto que a fin de cuentas son los que con mayor fuerza se encuentran en el origen y manifestaciones de la mayoría de nuestros actos, atemperándonos o destemplándonos, y manifestándose en forma de deseos o ilusiones, miedos y esperanzas, alegrías y temores. Y a la conclusión de dichas acciones surgen también como consecuencias
de las mismas, en forma de satisfacción y alegría, remordimiento y tristeza, angustia, ira y dolor.
Forma parte de nuestra educación el aprender a controlar nuestras emociones, e incluso, y en menor medida, las de los demás. Ciertas técnicas como la retórica y algunas de más reciente aparición, como el marketing y la publicidad, buscan cambiar, utilizar y encauzar nuestros sentimientos. A pesar de lo cual, y en muchas ocasiones, seguimos pensando que las emociones y sentimientos difícilmente pueden educarse y
controlarse, algo que tenemos incorporado a nuestro lenguaje cuando decimos que las personas son frías o cariñosas, optimistas o pesimistas, generosas o envidiosas, exaltadas o depresivas, como si el ser, que no el estar, respondiese a una inexorable naturaleza que nos fabrica así y por tanto no podemos ser de otra forma.
En línea pues con la educación emocional, un primer y muy importante paso para poder ser los arquitectos y constructores de nuestra propia vida, dotándola al mismo tiempo de auténtico y valioso sentido, es el conocimiento de nosotros mismos, algo que ha sido planteado a lo largo de los siglos como un reto constante para los seres humanos, y que debería proporcionarnos las capacidades que permitan la iniciación del correcto camino para aceptar y combatir las aparentes carencias, insuficiencias y negatividades, permitiendo y favoreciendo además el poder establecer relaciones positivas y no defensivas con
los demás. Los estados de ánimo positivos que se deriven de esta educación facilitarán nuestra alegría y optimismo, incrementándose así mismo nuestra capacidad de sentir y pensar, con sensatez, flexibilidad y generosidad, ante cuestiones complejas, y proporcionándonos herramientas que hagan más sencillos los procesos mentales y emocionales encaminados a encontrar soluciones a los problemas y situaciones conflictivas, tanto si son de tipo especulativo como si se refieren a las propias relaciones humanas, sociales, familiares y laborales.
Raquel C.
Educacoach
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